10 jun 2010

El Mejor Pitcher Del Mundo (Historia De Una Resaca #9)

Cuatro de la tarde. Cuarenta grados. Un calor abrasador. Me resguardaba del sol tumbado en el césped bajo la sombra de una palmera y escondía mi rostro en el sombrero de paja regalo de mi amigo Pol.

Iba por el quinto tercio de cerveza y me llevaba unas horas sacándole formas a las nubes, lo sé, es un juego estúpido pero cuando el calor y la cerveza aprietan las estupideces resplandecen.

En el preciso momento en el que estaba dibujando botellas en el cielo, me empezó a invadir un fuerte olor a mar, pero a mar profundo, a mar cerrado, a océano, no a este mediterráneo babosón que tenia a escasos metros.

Alcé la vista y observé como una multitud de gente de camisas horteras se arremolinaba en la orilla. Me pudo la curiosidad, levante mi tostado culo de ese minúsculo trozo de hierba y caminé hacia allí, cada paso por la arena era como pisar la lava de un volcán, una hoguera de San Juan eterna. Mientras caminaba pensé que quizá lo de la orilla sería un ahogado, o mejor aún, una muchacha a la que las olas le habían jugado una mala pasada con el bikini, o una sirena encantada, o vete tú a saber qué.

Por fin llegué, fui apartando tíos mazados, abuelos, tumbonas, críos, balones, castillos de arena, palas… el olor a mar podrido era cada vez más y más intenso, hasta que lo vi.
No era posible, no daba crédito, alguien debía de haber echado acido en mi cerveza o algo así, eso no podía estar pasando en mi playa, en el mediterráneo, ¡estamos todos locos!.
Pero allí estaba, firme, enorme, grande como ella sola, diría que unas 50 toneladas y unos 20 metros de largura, eclipsaba el sol, lo tapaba todo, una negra y jodidamente grande ballena jorobada.

¿Qué carajo haces tú aquí? la pregunte en voz alta, como era de esperar no respondió, permanecía quieta con la cabeza sobre la orilla y la cola cara al mar, los ojos cerrados como persianas, e inmóvil, inerte hasta decir basta. Nadie sabía si la jorobada estaba viva o muerta, un viejo se acerco a mí, y allí estábamos los dos, un paso por delante del resto del gentío, ocupando la misma base en el campo de juego, frente al ojo izquierdo del animal, codo con codo.

El viejo golpeo dos veces con su bastón en las branquias de la ballena como quien golpea a un saco, y de pronto la ballena abrió el ojo, estaba viva y bien viva, fijo su vista en el anciano, lo miro, y lentamente giro la cola y lo bateo como el mejor pitcher del mundo batea a una pelota, elevando al viejo por el aire, situándolo en el punto justo de ebullición para su boca, AMMM, se lo trago de un bocado, sin masticarlo, con sombrero y bastón y baraja de cartas y puro y todos los huesos y los músculos de su ser, se lo comió como a una anchoa del cantábrico, no corrió ni dos bases.

Un gran OH! invadió la playa, estallaron infartos, se cortaron los cortes de digestión, lloraron las almejas, y de nuevo, el silencio.


Tras un mínimo lapsus de tiempo la ballena volvió a levantar el ojo, lo clavo en mí, en mi inmovilidad, en mi tembleque, yo miré dentro de ese gigantesco cuenco de venas, esperaba ver al viejo asomarse por el iris o romper el cristalino para escapar. Pero nada, ese ojo con sus venas rojas tan grandes como mis brazos era el espejo de la bruja del cuento que ahora reflejaba mi muerte, sería el siguiente en salir a jugar, en ser bateado aliñado y tragado, el siguiente “Home Run” de la tarde en el estadio, me sentí Jonás en el interior de la ballena, prometí a Jesús a Mahoma a Buda y a Moisés que predicaría en el desierto, que sería eternamente célibe, que no bebería toda la cerveza que aun me quedaba por beber, y que no volvería a pensar nunca más en Natalie Portman.

Cuando ya daba la vida por perdida, la ballena con el impulso de una ola giró sobre sí misma y se adentro en el mar, se fue como vino, de la nada y por la nada. Respire hondo, deje a la multitud y me acerque raudo y veloz al chiringo, mi pulso necesitaba un trago.

Mi dice: niña, ponme un tequila.
Camarera: que pasaba ahí David?
Mi dice: nada, una ballena con espíritu de pitcher que pasaba por aquí a batear.
Camarera: jajajaja estás loco tío, cada día más.
Mi dice: quizá mi niña, pero nunca, nunca juegues al béisbol con el mejor pitcher del mundo.



Un relato de: David P. Zarain ( http://davidzarain.blogspot.com/)
Ilustrado por: Ivan De Hojas (http://astrogorestudio.wordpress.com/)

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